Una sonrisa sincera, plena, nacida en lo más profundo del corazón, como la de la Madre Teresa, que expresa fe, esperanza en la vida, en nuestra vida. Que resume la certeza de que jamás vamos a estar solos si aprendemos a convivir con nosotros mismos, dejando en la mente un espacio para otros.
Poder sonreír a pesar de las circunstancias adversas es un signo de «madurez espiritual», por decirlo de alguna manera. Es propio de aquel que ha encontrado en sí mismo su refugio y que no se siente desamparado ni víctima de lo que le sucede porque nunca se olvida de observar a todos los que a su alrededor pasan por eso o más.
Aunque parezca mentira les aseguro que es más fácil verla en alguien que atraviesa situaciones difíciles que en aquel al que todo se le ha concedido. Pues este, repleto de tanto recibir, no es capaz de aceptar un «no» ni siquiera de vez en cuando.
Si el ser humano pudiera concienciar el valor de su sonrisa en la vida de las personas, si pudiera medir cómo esta acción modifica las propias energías, seguramente buscaría experimentar esa paz y transmitirla. Si no me creen traigan a su memoria alguno de esos días pesados, negativos que tantas veces transitamos y recuerden lo que les pasó cuando a un niño (hijo, ahijado, sobrino, vecino) regalándoles una hermosa sonrisa logró iluminar y disipar las sombras en las que estaban atrapados.
La sonrisa posee un enorme poder de transformación, como todo lo que nace de un corazón sano que ha elegido (esa es una clave de la vida) dejar atrás las batallas emprendidas por el odio, rencor, envidia, miedo y utilizar sus campos para sembrar semillas que contribuyan a la Paz en la Tierra.