Algún día, no importa cuánto tiempo lleve lograrlo, los hombres tendremos que superar las divisiones que hoy nos vuelven absolutamente fragmentados. Y con ellos ganaremos una libertad largamente esperada que nos permitirá vivir junto a otros seres distintos física, emocional y mentalmente a nosotros, de los que seguramente aprenderemos mucho.
Hoy en el mundo reina la separatividad, producto de un falso sentido de individualidad. Creemos que marcando las diferencias adquirimos una identidad. Eso quizás puede llegar a ser válido para los adolescentes que luchan por diferenciarse del mundo adulto y aún a su desmedro hacen todo aquello que los aleja de nuestras formas y costumbres. Pero cuando los adultos permitimos que el color de piel, la nacionalidad, la elección política o un puesto jerárquico nos distancie la resultante siempre es: dolor.
¿Por qué será que los hombres tenemos que esperar a que nos ataquen «peligrosos» seres del espacio o que la tierra se vea desbastada por grandes cataclismos para unirnos y volvernos solidarios? Hartos estamos de ver películas donde ante hechos tan tremendos los mandatarios y los pueblos del mundo se juntan para protegerse mutuamente y salir adelante.
¿Por qué nuestra parte «humana» tiene que surgir cuando nos vemos o vemos al otro destrozado? ¿Por qué no antes? ¿Por qué no permanece eso después?
¿Es que todo es una cuestión de bandos? ¿Tenemos que acercarnos sólo cuando otros «de afuera» vienen a conquistarnos o cuando la naturaleza se nos vuelve en contra?
Yo anhelo que algún día esa unión, que hoy únicamente surge como consecuencia de la mutua necesidad, se vuelva una experiencia cotidiana sin motivo alguno.
En estas últimas semanas han muerto miles de seres en las aguas escapando de un destino miserable, de una vida que no permitiríamos que tuvieran ni los animales que están en nuestras casas. Qué gran tristeza! La humanidad debería estar de duelo por la pérdida de esos hombres, mujeres y niños.
El Papa Francisco dijo:
«Son hombres y mujeres como nosotros, hermanos nuestros que buscan una vida mejor»
Y en esa frase encontré la clave que debemos aprender a incorporar nosotros y las generaciones venideras en la mente y el corazón: «son hermanos«.
No es que le pasan cosas a los argentinos, a los mexicanos, a los libaneses, a los japoneses… nos pasan a «todos los que formamos la familia humana», le pasan a nuestros hermanos. Y hasta que no entendamos esto, duros y tristes tiempos se avecinan en la Tierra.
Desde nuestro humilde lugar pidamos por sus almas para que descansen en paz y fundamentalmente para que las mentes de los que tienen la función de gobernar no se cubra de indiferencia u olvido.
Que las tragedias que nos azotan marquen el fin de las divisiones y que en adelante no sea necesario pasar por tanto dolor y pérdida para tomar conciencia.