Un pueblo, un hombre deben alcanzar la libertad y la soberanía que les permitan actuar y elegir el camino hacia su realización.
Las cadenas que esta nación rompió en 1810, gracias al sacrificio de nuestros próceres no debemos permitir que nada ni nadie las vuelva a imponer ni física, ni mentalmente. Ni siquiera nosotros mismos.
Ellos nos liberaron para que creciéramos con un espíritu crítico, para que aprendiéramos a elegir, para que fuéramos independientes. Pero al igual que nuestros padres, no pueden guiarnos eternamente.
Con su accionar no nos enseñaron a ser autosuficientes o soberbios, ni a que cayéremos en mano de otras debilidades o vicios, saliendo de un dominio para arrastrarnos a otro.
Imitar su hazaña o volver a encadenarnos es el gran desafío que tenemos por delante como hombres y también como ciudadanos.
Ya no somos esclavos ni servimos a un monarca, ¿por qué elegir hacerlo a nuestros caprichos, deseos desmedidos o inseguridades?
Formemos nuestras propias convicciones, defendamos ideas respetando las ajenas, y así engrandeceremos la vida personal. Intentemos colaborar activamente a nivel social y esto podrá reivindicar la tarea que esos Seres realizaron y nos legaron.
La soberanía y la libertad que brindaron al pueblo son justamente los requisitos básicos que todo hombre que anhele hacer algo valioso con su vida debe alcanzar.