Hace poco concurrí a una jornada donde escuché una frase muy interesante.
«Paciente no es el que sabe esperar, sino el que sabe qué hacer mientras espera»
Saber qué hacer antes las circunstancias que acontecen descomprime nuestra naturaleza emocional permitiéndonos buscar herramientas con las que trabajar concretamente en eso que se presenta.
Comúnmente ante lo imprevisto nos desconcertamos, nos enojamos, deprimimos o buscamos culpables, aun sabiendo que estos caminos nos conducen a la nada.
Poner en claro lo que vivimos, intentar comprenderlo requiere de una mente clara y dispuesta a ver más allá de lo que nuestras emociones prefieran. No utilizar esta posibilidad, quizás sea una de las razones por las que la humanidad esté detenida en su crecimiento.
tenemos un desafio por delante: apelar a la comprensión cuando las instancias se vuelven críticas o no se ajuntan a nuestro deseo.
Saber qué hacer ante lo que sucede es un arte y requiere… madurez.
Equivocamos el camino cuando buscamos la perfección. Lo retomamos cuando, aun errando, intentamos «darnos cuenta» de lo que nos sucede. Cuando en vez del control nos guía la «voluntad de cambio».
Si sé lo que me pasa puedo discernir y elegir cómo actuar, cómo seguir. Si no sé o niego, mis emociones obnubilan y entorpecen ese accionar.
La paciencia se alcanza cuando nos enfocamos en una «investigación interna», que permita descubrir dónde estamos parados, qué sentimos y pensamos. Esa base más firme luego nos permitirá elegir hacia donde rumbear y nos devolverá firmeza en los pasos hacia ese destino.