Estamos en tiempos muy angustiantes porque el sufrimiento de un solo ser del planeta es el padecimiento de todos o al menos tendrías que serlo. Y en ello no media ninguna distinción, no importa la religión, el credo, el color de piel, la casta o raza a la que se pertenezca. El dolor no selecciona, nos atraviesa a todos.
Y ante ello lo que nosotros podemos hacer es orar, pero no para pedirle a Dios o como elijamos llamar a esa Energía superior que da vida a nuestra alma, lo que necesitamos porque lo sabe mucho mejor que nosotros.
Deberíamos orar con la idea de ser parte de ese proceso de transformación mundial, para que mientras muchos, sean del bando que sean, arrasan con vidas nosotros a través de nuestro corazón les damos existencia. Mientras siembran miedo, nos ocupamos de sembrar luz. Ante la desunión, trabajamos por el reencuentro. Ante la injusticia, dignificamos con un acto de bondad. Sigue leyendo