Desde niños dependemos de algo o de alguien para subsistir. Sin la mamadera y la mano de ese mayor que nos la daba hubiéramos muerto. Sin sus cuidados y protección, enfermado. Sin sus caricias y mimos, careceríamos de la vitalidad y autoestima para enfrentar las circunstancias. Cuando estas condiciones básicas no se dan nos encontramos con seres, que si no han podido sobreponerse, andan penando o guerreando por la vida. Lo que no recibieron están carentes de darlo.
Pero ¿qué pasa cuando, perpetuándome en el tiempo, aspiro a que esa dación sea eterna, negándome a tomar las riendas, esperando siempre que un otro me indique el camino y, obviamente, se haga responsable de mis equivocaciones? Sigue leyendo